lunes, 17 de enero de 2022

REVOLUCIÓN DE MUSOS




Que nadie piense que esto de escribir es sencillo y no conlleva riesgos. Sin ahondar en el tema, os diré que son muchas horas delante del ordenador, demasiadas horas aislada, sacrificando tiempo de estar con la familia, los amigos… 

Sentarte a escribir antes de que salga el sol. Documentándome, preguntando cosas ridículas que se me ocurren y necesito saber si son viables, aún a riesgo de que me tomen por loca —por más loca—. Trastornando a todo mi entorno. Pero luego está la parte que nadie ve y tampoco sabe, salvo que me dé un ataque de incontinencia —aquí la prueba— y lo publique a los cuatro vientos —cariño marido, no leas a partir de aquí—, encima por escrito, por si alguien se lo ha perdido. 


Atentos: escucho voces.


Que claro, diréis: «pues, como todo el mundo». 

No, yo hablo de oírlas en mi cabeza y, si no les presto atención, se enfadan y me chillan. Por fortuna, hasta la fecha, no me han mandado hacer nada fuera de la ley. Los más atrevidos me han rogado que les anime sus escenas con esto del folleteo, pero una que ha estudiado en un colegio de monjas, desde ni se sabe —soy de letras muy «puras» y no sé hacer cálculo rápido—, por lo que en mis libros, hasta nueva orden, pocos acabarán la faena…


Y aún sabiéndolo, y exponiéndose a esto de los dolores hueviles por el más allá… abajo, siguen insistiendo en convertirse en uno de mis más cotizados musos. Antes podía resistirme, ahora, desde que he desatado a la bestia interior, no.


Y es que lo de los musos, en mi caso, tiene guasa. 


Allá por 2016 todos los que querían trabajar de manera altruista conmigo, todos eran de lo más normales tirando a… poco agraciados. Bueno, tampoco fue para tanto, alguno tenía su aquel, otros su Je ne sais pa quoi. Que en francés queda como más «no sé qué». 


En fin, que los años fueron pasando y las novelas sucediéndose. Entonces, llegué a una en concreto, justo en la que su protagonista se confinaba en su cuarto rodeada de plátanos para ejercitar la cavidad bucal. Por primera vez apareció un guapo. Apareció él. Un musazo. Debo decir que yo me sorprendí a mí misma, curioso, ¿verdad?


¡Era guapo!, ¡guapísimo! No, no era solo guapo, el chico tenía su punto, atractivo, incluso contaba con una mirada de esas que te dejan clavada en la acera, como si estuviera recién echado el cemento, y en cuanto metes un pie se solidifica. Jessy Williams. Un morenazo de ojos claros. 


No sé si tuvo algo que ver el mozo, pero aquella novela fue mi novela más leída, comentada y recomendada. La escribí con ganas.



Al poco, aquel muso me recomendó en el gremio de los musos y me contactó mi querido Buscochochete. Pidió que amañara el casting para que lo escogiera a él. 


¡Qué hombre!, ¡qué pasión le ponía a todo! Creo que fue el primero de mis musos que se desató de mala manera y culminó entre las páginas de la historia galopando sin ropa y a lo loco. Encima, me dio un final apoteósico. Jon Kortajarena me amenizó las sesiones de escritura. 


Para no aburriros, si es que no lo he hecho ya, avanzaré un poco.

Por el 2019 debía haber escasez por mi zona en esto de los musos remueveentrañas, o igual, es que estaban muy cotizados y llegué tarde al reparto y a mí me dejaron los restos. Porque ese año decidí, junto a mi cuñada, aventurarnos a escribir una novela a cuatro manos y os juro que no he visto hombres más feos en mi vida. Sí, todos horribles. En el clan Navarrete no se libró ni uno, hasta, Sergio Torres, el perro, un cruce de salchicha con Gran Danés, era espantoso.


Me di cuenta de que a mí esto de escribir con un muso potente me gustaba —y ¿a quién no?—. Lancé la propuesta al Universo: «A partir de ahora quiero personajes guapos, empotradores». No dije eso de: «Que se mueran los feos», como la película, buenísima, todo sea dicho de paso. Si no la habéis visto, os la recomiendo. La cuestión es que el Universo me ignoró o me castigó, porque publiqué una novela en la que la protagonista solo se enamoraba de feos. Sí, feos, feos y más feos. 


¿Os lo podéis creer? A ver cómo publicitas una historia diciendo que un feo se va a pasear por cada una de las escenas de aquella novela. Por lo que no me quedó otra que pillar a un muso de carne y hueso, de los que de uvas a peras deleitan a mis retinas luciendo palmito por el pueblo —no, me niego a desvelar su nombre, en realidad, no lo sé—, y reconozco que, con un guapo, como que se escribe con más ganillas y compartió cartel con el feo, feísimo.


Ya para la última novela como no quise «columpiarme», todos fueron guapetes y bien apuestos. ¿Conocéis a Rodrigo Guirao? Muso mío ha sido. 


Pero claro, esto es adictivo y desde entonces, no hay novela que conciba sin que las voces que me hablan me muestren… diremos la «patita» para empezar a escribir. Los lectores luego lo agradecen.


En el momento en el que te mueves por el mundo de los guapos, ricos y famosos, como que quieres más y, cuanto más, mejor y si encima, son de los que tienen algo que te revuelven las entrañas, en plan bien —aquí hablo de placer, aunque si eres de los que les mola lo de sufrir en estos menesteres, no voy a juzgarte—, para qué más. 


Y con mi última novela sé que me he coronado —tendréis que esperar para leerla, pues aún no he decidido qué hacer con ella—. Sí, a lo colosal, a lo bestia, por la puerta grande he entrado cogida de mi supermuso, como una recién casada al entrar en su mansión. Como la imaginación todo lo puede, pues quise entrar así, envuelta entre sus musculados, tersos y suaves brazos, que en los sueños se volatiliza la gravedad y te conviertes en peso pluma. Escogí al muso de mis musos. A un Empotrador en mayúsculas —hablo en el mundo musil, en el de su vida real lo desconozco, igual es un muermo de tío, de los que se tumban y ya…—. Bueno que me disperso.



Mi Édgar, porque sí, porque es mío, y como ha salido de mi cabecita siento un instinto de posesión que no es normal, qué le vamos a hacer, ha permanecido a mi lado día y noche, noche y día y lo he sentido junto a mí, mientras tecleaba de manera compulsiva. Pero… pues como en todo, hay un pero. 


Por que, ¿qué sucede cuándo una está toda emocionada y concentrada narrando una escena hot? En mi caso hotita… Te dejas llevar, plasmando todo lo que visualizas… en los movimientos de Rubén Cortada.


Un silbido —recordad: en mi cabeza—, me saca de la escena. 

«¿Quién narices eres tú y quién te ha invitado a la fiesta?». 


Me niego a escribir una escena de tres. Ya me cuesta narrar que él la va a poseer, como para hacer un hueco en la cama y que entre otro empotrador en letras mayúsculas y luminosas. 


Ya me ha cortado el rollo. Bueno, miento, no me lo ha cortado, me ha liado y ya no consigo narrar de manera fluida. Me surge un problema de logística. 


No sé qué hacer con seis manos, con seis piernas, ahí enredadas como si jugaran al Twister. Seis pares de ojos mirando a un lado, luego a otro. Que si primero toco yo. No, espera, esta teta es mía…


No estoy programada todavía para tantos miembros juntos. No sería capaz de medio insinuar dónde van a ocultarse dos… Pues eso, que no soy de las que echa cuatro huevos a la tortilla. Considero que por ahora, dos son más que suficientes.  Así que paro, respiro, intento relajarme. Necesito pensar. 


El nuevo muso se cuela en la siguiente escena. 

«Eh, tú, sal de ahí o al menos cierra los ojos. Mi musazo los tiene verdes, tú azules. La vamos a liar y vas a enfadar a mis lectores». Se disculpa, recoge sus pantalones vaqueros del suelo y se larga atravesando una pared.


Continúo con el follisqueo de mis protas. Ya me he venido arriba y la tengo expectante contra la pared, él lamiéndole el cuello. Ella cierra los ojos, suspira, se deja hacer. Está disfrutando, lo sé, eso se nota. Entonces la mano ágil y juguetona de Édgar se cuela entre sus piernas, los primeros jadeos se le escapan a la chica y él… Él me mira. 



«Mierda, el impostor». Se ha vuelto a colar. Si esto fuera el rodaje de una película, habría gritado eso de: «corten». 


Cojo aire. ¿Qué narices está pasando? Édgar se enfada, como no. Encima no es de los que quiera compartir a la chica. Bastante ha tenido en la novela con soportar a un pijo repeinao para que ahora llegue este Dios salvaje con su martillo percutor y le seduzca a la chica.


Lo primero, tranquilizarse. Inspirar, espirar… «Tú a esa esquina, tú contra la pared».

Decidido. Tengo que acabar cuanto antes la historia de Vera y Édgar. Prometido. 

Conseguimos que Muso 2.0 desaparezca, continuamos. ¿Por dónde iba? 

Ah, sí, antes de terminar de escribir el epílogo, el buenorro vuelve a gritarme en mi cabeza:

«Me llamo Gael y quiero contarte mi historia».




Y este es mi día a día. Cómo veis, sufro en silencio la rebelión de mis musos. Por lo que si en alguna ocasión nos cruzamos por la calle y no os saludo, puede ser por alguna de estas cosas: 

que no lleve las gafas y no os haya reconocido…

que no me apetezca en ese momento —serán las pocas, que yo soy muy sociable—

que no nos conozcamos —aunque sociable, soy tímida y no suelo presentarme por que sí—.

que esté maquinando la próxima escena de mi novela y en ese instante esté manteniendo una conversación transcendental con mis musos—. 


Y a vosotros ¿os gusta conocer quiénes han sido los musos de las novelas que leéis? O por el contrario ¿preferís visualizar a otro distinto?


¿Hay algún actor, modelo o personaje conocido que os guste visualizar en las historias? 


Recordad, si os sentís generosos, seguidme en el blog




 

1 comentario:

  1. Ha sido una entrada muy interesante, a veces a los lectores nos gusta saber un poco más de las historias que los autores cuentan. Tienes unos musos muy particulares.
    Prefiero ser yo quién le ponga cara a los protagonistas de las novelas, aunque sé que en esto hay mucha variedad de opinión.
    En mi caso a veces visualizo a personas conocidas, aunque normalmente utilizo personas cercanas y nunca suelo decir quiénes son mis musos, más que nada por ir acorde con mi faceta de lectora.

    ResponderEliminar