miércoles, 3 de enero de 2018

NAVIDAD HACIA LA LUNA

Aunque un poco tarde, os traigo un relato navideño. Espero que os guste.



Nuestro viaje acababa de comenzar. Estaba emocionada, después de quince años volvería a celebrar estas fiestas.
—¿Y sí te digo que ya no odio la Navidad?
—Me alegra escucharte decir esto —me respondió Nico acariciándome con mucha delicadeza desde la mejilla a los labios—. Sé que pasaremos unas vacaciones inolvidables.
—¿Cuánto queda para llegar? —le pregunté mirando los carteles de la autopista intentando ver si había alguna indicación que me sacara de dudas.
—Sabía que tarde o temprano acabarías amándola.
Escuchar esta afirmación hizo que mi mente viajara al pasado, fue inevitable.
Recuerdo aquella mañana, estaba nerviosa, no sabía qué iba a ser de mí. Todo estaba frío, cosa normal por otro lado, tratándose del mes de diciembre. Me habían pillado y tenía que enfrentarme a mi castigo.
—Por favor, tome asiento. —Escuché.
—Lo que ha hecho está mal y entiendo que lo sabe. —Asentí de mala gana—. Ya no sabemos qué hacer con usted —odiaba cuando se refería a mí con ese tono altivo y distante como si hablara con una octogenaria, tan solo tenía diecisiete años.
—Yo creo que debería quedarse sin vacaciones. Es lo justo —apuntó la jefa de estudios.
—Eso por descontado, además, debería involucrarse en los preparativos navideños. Su familia está de acuerdo y… —Ese silencio se me clavó en el pecho. «Por Dios que lo suelte ya».
Ellos hablaban e intercambiaban opiniones sobre cuál sería la mejor reprimenda, yo esperaba resignada.
—Póngase en pie. —Volví en mí.
—Por unanimidad, y dé gracias que se aceptó mi propuesta, no podrá ir de vacaciones en Navidad con su familia y deberá ayudar a decorar la casa de la profesora de religión. —Lo qué me podía faltar—. Ello incluye el jardín.
Recogí mi mochila y esperé en el pasillo junto a la sala de reuniones, aguardaba asqueada a que me dieran las indicaciones. No me parecía justo que tuviera que ayudar a aquella señora insulsa y frígida, encima, me caía mal. Por otro lado, el castigo me parecía ridículo, ya que me hubiera quedado igualmente sin vacaciones, mi familia pasaba de mí descaradamente.
El hecho de estar en un internado me privaba de hacer ciertas cosas que el resto de adolescentes podían y eso me encendía, provocaba en mí un comportamiento para nada adecuado. No me parecía lógico mi castigo, de hecho, no entendía que tuviera que ser castigada. Si me fugué el día de los villancicos fue porque había quedado con un chico al que conocí a través de la verja del patio, aunque la excusa para no ir a cantar fue que, odiaba la Navidad, no podía confesar que me había largado y los había dejado tirados sin solista porque necesitaba un magreillo con el chaval que nos suministraba cigarrillos en horario escolar. Además, jamás hubiera revelado su identidad, principalmente, porque no la sabía. Lo único que podría haberles explicado es que cada vez que estaba con él, el mundo se detenía y nada ni nadie me importaba salvo sus besos.
Mi penitencia comenzaba, tenía que decorar con horrendas bolas artesanales un abeto seco y raquítico que presidía la entrada de la señora Obdulia, la profesora de religión. Siempre habíamos pensado que era monja, pero no, estaba casada; me quedé de piedra cuando me lo contó.
Aquella mañana la acompañé en su coche, intenté ver el lado positivo del castigo, podría abandonar el colegio. La Navidad allí era triste y aburrida. Mi padre, como todos los años, me decía que se le había complicado el trabajo y por eso, debía pasar la Nochebuena entre aquellas paredes. Siempre juraba que me recompensaría. Ese año me importó menos que los anteriores.
Aparcó el coche en la misma puerta, era una casita unifamiliar de madera en dos plantas con jardín privado. La seguí en silencio, no tenía ganas de intercambiar opiniones con ella. Abrió la puerta de su casa y al pasar, me quedé petrificada. Aquello parecía el almacén de Santa Claus. El salón estaba lleno de cajas de cartón con letreros pegados: «Adornos árbol jardín»; «Belén»; «Guirnaldas»… Así, cientos y cientos, no se veía el suelo y había tantas, que estaban apiladas unas sobre otras.
—Deja ahí tus cosas, no te quites la chaqueta que fuera hace un frío glacial y no querrás ponerte enferma para la cena de esta noche. —No tenía ni idea de qué hablaba, pero era cierto que sentía cómo el frío atravesaba mi ropa y casi me traspasaba, quedándose instalado en mis huesos. Mi castigo consistía en ayudar a decorar, nadie me habló de cenar.
Me negué a contestarle, quería que quedara patente mi desagrado. Cogí una caja y salí refunfuñando por la puerta de la cocina. Yo no quería estar en su casa.
No sé la de veces que entré y salí. Una vez ante el árbol escuchimizado, fui enganchando bolas y arbolitos de fieltro; sin ganas ni gusto. Metía la mano y lo primero que salía lo colocaba. Unas tres horas después y con principio de hipotermia, mi «obra de arte» había llegado a su fin.
—Entra, te has ganado un chocolatito caliente. —Sí, hija mía y un pase Vip a urgencias.
Entré ciánotica y castañeando a ritmo del Porompompero la dentadura. Quería morirme. Habría preferido limpiar los baños con un cepillo de dientes. Empezaba a dejar de sentir los pies.
No daba crédito, pensé que serían alucinaciones por el frío, la mujer esta tenía superpoderes, no era normal que le hubiera dado tiempo a decorar la casa entera, mientras yo lo hacía con el arbolito. No había ni rastro de cajas, el belén tenía una cascada con agua de verdad, es que no le faltaba detalle. Era imposible ver el techo, de él caían guirnaldas de colores y bajo de los marcos de las puertas había muérdago. De la chimenea colgaban cinco botas con sus nombres. Disimuladamente, porque la cotilla que habitaba en mi interior me gritaba que leyera de quiénes se trataban, me acerqué todo lo rápido que me lo permitían mis extremidades congeladas. «Nicolás»; «Melchor»; «Gaspar»; «Baltasar» y… «¿Ese era mi nombre?». La miré alucinada, esta mujer no estaba bien, no había lugar a duda.
—Y… ¿Usted no tiene bota? —pregunté con sorna.
—Venga, colócate ahí junto a la chimenea, entra en calor —me decía con una sonrisa de oreja a oreja mientras me inmortalizaba con una cámara fotográfica de museo de antigüedades.
—¿Cuándo me llevará de vuelta al colegio? —Necesitaba saberlo, me quería largar ya de ahí.
—Pasado mañana, si todo va bien. —Ahora sí que me había quedado más que helada, me había criogenizado.
—¿Tengo que pasar la noche aquí?
—Claro, y mañana comeremos juntas.
El castigo había empezado a desagradarme por completo, no estaba dispuesta a cenar con esa señora que colgaba botitas tejidas a mano con el nombre de los tres Reyes Magos y de un tal Nicolás.
Me invitó a subir al piso de arriba, abrió una puerta y me mostró mi cuarto. Una cama enorme con dosel incluido, me daría cobijo en estos días. La decoración era prácticamente de la misma época de la cámara de fotos. Dejé mi mochila sobre una mecedora que daba miedo mirarla y bajé al salón.
Ella iba vestida de rojo y verde, se había colocado hasta unas medias de rayas blancas y rojas. Y ya me quedé sin aire, cuando comprobé que llevaba un gorrito de duende a juego. Esta mujer no estaba para nada bien. Era una chiflada. Me habían enviado a la casa de una pirada.
—Ayúdame con la cena o se nos echará el tiempo encima —me dijo cantando.
Yo me dejaba llevar, me daba miedo preguntarle por qué motivo iba disfrazada de esa forma y también, qué es lo que pasaba para no ir bien de tiempo.
Sacó la bandeja del horno y colocó una pierna de cordero enorme. Me dio un saco de patatas y me pidió que las pelara todas. Unas dos horas más tarde y con la mano inservible, había cumplido con mi cometido. Cada vez estaba más asustada, «¿cuánta gente vendría a cenar?» y por qué cantaba cuando hablaba. La mano ya no me respondía.
Salí de nuevo al salón, la mesa estaba lista, conté por encima y en principio, había preparado siete cubiertos.
—Preciosa, te dejé preparada la ropa que debes ponerte esta noche. Venga, no te demores. —Este jueguecito empezaba a asustarme. Iba a vivir la Navidad junto a una loca desquiciada.
No comprendía nada de nada. Subí con más miedo si cabe, abrí con pánico la puerta y sobre la cama con dosel había un peto verde que lo acompañaba un suéter rojo y esas espantosas medias a rayas como las de la señora Obdulia. Me reí, esto sería una broma, quería vengarse de mí, pero no entendía cómo alguien tan seria como ella se había prestado a esto.
Lo más fue cuando ya estaba disfrazada y al girarme vi junto a la alfombra que me esperaban unas botitas rojas y verdes con cascabeles. «Por ahí sí que no paso».
—¡Niñaaaa! —Escuché como berreaba mi nombre—. Baja, los invitados ya han llegado.
Metí los pies en el calzado y sin darme cuenta me encontraba en la planta baja. Tan solo tuve que pestañear.
Frente a mí tenía a los tres Reyes Magos de Oriente veinte años más jóvenes. Volví a pestañear con la esperanza de que esa imagen desapareciera de mi vista, pero seguía ahí, tres muchachos impertérritos y sonrientes. No me gustaba esta fiesta de disfraces.
—¡Hola! —no quise explayarme en mi saludo.
—Es perfecta. —Escuché cómo alguien decía esto a mis espaldas. Me giré con miedo.
—¿Nico? —Estaba sufriendo alucinaciones. Debía de haber muerto mientras colocaba el arbolito de Navidad por la mañana y por alguna absurda razón, mi mente no aceptaba la nueva situación de mi alma y se resistía a abandonar este mundo.
—Aquí puedes llamarme Noel. —Claramente, estaba muerta. Esto no podía estar sucediendo.
—¿Estarás de coña? Perdona, pero es que todo esto es muy extraño. ¿Estoy muerta? Me lo podéis confirmar y así, acabar con mi sufrimiento.
Todos a la vez soltaron una carcajada, ya ves tú la gracia que podía tener esto. Se reían tanto que se tenían que sujetar la barriga y yo estaba a punto de salir corriendo a lágrima viva.
—Colocaos ahí. —La señora Obdulia sacó de nuevo su cámara «atómica».
Noel, para mí Nico, me pasó el brazo por el hombro aproximando su mejilla a la mía con una sonrisa de lado a lado, que hasta se le podían contar todas las piezas dentales.
—¡Niña! Sonríe. Venga, que es un recuerdo precioso —decía ella bien animada. Parecía que le iba la vida en ello.
—¡Oh! Están colocaditos debajo del muérdago.
—¡Beso! ¡Beso! —coreaban los tres Reyes Magos.
Giré con rapidez la cara hacia Nico, fue algo instintivo y sus labios me esperaban preparados, él tenía los ojos cerrados. Di gracias al cielo que me encontrara bajo el muérdago con él y no con uno de los coronados a mi izquierda.
Con cautela le di un mini beso y me separé rápidamente de él. Un escalofrío me recorrió el cuerpo entero de la punta del pie a la coronilla recordándome así, que seguía viva.
Me fijé que toda la casa estaba acordonada por muérdago, si hubieran sido ristras de ajos hubiera pensado que estábamos ante el ataque inminente de una manada de vampiros.
Todos se sentaron alrededor de la mesa. Nico tiraba de mí en la dirección contraria hacia donde yo quería ir.
Me sentía ridícula con mi peto verde, el sonido que me subía de los pies y el gorro de duende que me habían colocado lo hacía todo más real.
La cena estaba servida. Llenaron sus copas junto con la mía. Cada uno cogió la suya y las alzaron, se pusieron en pie, no me quedó otra que imitarlos, necesitaba pasar desapercibida.
—¡Por Noel!
—¡Por Noel! —repetían una y otra vez.
Miraba a Nico sin entender. «¿Por qué le hacíamos un brindis?».
—Mira, María —la señora Obdulia se dirigió a mí—. Te necesitamos, ha ocurrido una desgracia.
Nuevamente me asusté, aunque más bien, llevaba asustada desde que me abroché el cinturón al montarme en el coche por la mañana. Qué podría ser peor que estar reunida en una mesa con cuatro colgados disfrazados.
—¿Y en qué podría ayudar? —dije sin entender.
—Mi marido ha muerto. —Entré en pánico.
«¿Pretendían que les ayudara a enterrarlo? ¿Había que deshacerse del cadáver?». Esta última pregunta tomaba más sentido al ver a Baltasar sujetar una gran pala.
No podía moverme, me había quedado petrificada al escuchar a la loca que presidía la mesa decir aquello. Si salía huyendo despavorida, corría el riesgo de ser capturada antes de alcanzar el pomo de la puerta de la calle. Tenía que pensar rápido, había que reaccionar. Todos me observaban atentos y expectantes, sentía sus miradas clavadas en mí. «María, velocidad mental, por Dios. Nos jugamos la vida». No quería correr la misma suerte que su esposo.
—¿Habéis llamado a un médico? —solo se me ocurrió soltar aquella chorrada.
La señora Obdulia se puso en pie y me tendió la mano.
—Acompáñanos.
Subimos las escaleras, yo claramente muerta de miedo. Enfiló el pasillo y al fondo, pude ver una puerta entornada, me costó porque se me había nublado la vista en el momento que me agarró la mano en el salón.
—Pobrecillo, mira. —Al abrir la puerta señaló hacia la cama.
Le seguí el dedo con la mirada y sobre la cama yacía un señor barbudo entradísimo en carnes. Si no fuera una locura, hubiera pensado que aquel gordo inerte bien podría ser Papá Noel.
—¿Entiendes ahora por qué te necesitamos? —Perdona, pero ahora más que nunca lo comprendía menos.
—Pero cómo ha muerto —me atreví a preguntar.
—Pues dejó de respirar —me aclaró Melchor.
Qué «listo» era, y moriría también porque se le habría parado el corazón… En fin, rodeada de psicópatas insensibles tenía que hacerles creer que les iba a echar un cable. Era la primera vez en mi vida que me encontraba frente a un muerto, pero por su tamaño, no comprendía cómo tendríamos que deshacernos de él. No pretenderían cargárselo a hombros y bajarlo por las escaleras.
—¿Y por qué nadie llora? —sentí la necesidad de formular esa pregunta, necesitaba que alguien fuera sincero conmigo. Pensé que lo habrían matado ellos. Quise creer, que Nico no había participado.
—Era inevitable, algo que se veía venir. Ha aguantado muchos años, sabíamos que cada vez estaba más cerca el turno de Noel junior, solo que, pensamos que no serían estas Navidades. ¿Lo entiendes? —¡Qué iba a entender yo! Había que salir ya de aquí. Tenía que llamar a la policía, no podía dejar que se fueran de rositas. Empezaba a sentir mucho calor.
—¿El turno? —Miré a Nico.
—Esta noche tenemos que repartir todos los regalos, los niños no tienen culpa. Pero venga, no te quedes ahí parada.
A ver, qué tenía qué hacer yo. No entendía nada de nada. Había empezado a hiperventilar.
—¿Pretendéis dejar a este pobre hombre ahí sin darle sepultura? Yo me quiero marchar —dije temblando.
Mientras me lamentaba, Nico desapareció dejándome allí sola junto a los pies de la cama donde descansaba para siempre el presunto Papá Noel. Miré de reojo a la señora Obdulia que permanecía cabizbaja un tanto apenada. Agaché la cabeza para fingir…, bueno, para imitarla, no sabía cómo comportarme.
Entonces, me cogió de la mano, noté un calor especial, diferente, que me transmitía paz, mucha. Sin a penas ser consciente me relajé y comencé a vivir aquello como si estuviera acostumbrada a convivir con muertos.
Comenzó a hablar. Me dijo que aquel señor era su esposo, que no le preocupaba que se hubiera marchado porque ella en breve seguiría sus pasos. Sentí como mi cuerpo se estremecía. Sonaba tan real…
Me explicó que llevaban juntos cincuenta años con sus días y sus noches, que no se había separado de él nunca. Que si él se iba, su vida dejaría de tener sentido. Ella tenía que viajar con su marido y sabía que quedaba bien poco, en cuanto lo dejara todo arreglado, partirían juntos. «¿Adónde se pensaban marchar?».
—Pero, señora Obdulia, piénselo, usted todavía tiene mucho que hacer aquí. Ahora sentirá un gran vacío, pero debe de ser fuerte —intentaba convencerla, aunque una parte de mí sabía que era inútil decirle nada.
—María, mi tiempo ha pasado. Ahora os toca a ti y a Nico, esta noche será vuestro debut. —Qué pintaba yo allí.
—Y los tres reyes esos… —Giré la cabeza hacia la puerta.
—Ellos han venido a echaros una mano en vuestra primera noche. Así os dará tiempo. Está claro que necesitáis ayuda.
—¿Pero me habla en serio? Esto parece una broma de mal gusto. Entiendo que usted esté destrozada, al fin y al cabo acaba de perder a su esposo, pero de ahí a pensar que era Papá Noel, hablo del verdadero —ya no sabía ni qué decía—. Habrá que llamar a alguien. No se puede quedar aquí. ¿Tiene pensado dónde van a enterrarlo?
—¡No digas tonterías! —No, claro, que me preocupe por dónde va a descansar es una tontería, pero que ella intente convencerme de que tengo que hacer de Santa Claus esta noche, eso es algo normal. Sí, señor.
La dejé, para qué seguir discutiendo con alguien que había perdido el juicio. Me despedí soltándome de su mano con la intención de bajar las escaleras.
Escuché ruidos, asomé la cabeza por el marco de una puerta que me encontré antes de llegar al piso inferior y allí estaban los tres reyes ayudando a Nico a colocarse una chaqueta verde. No podía creerme lo que estaba viendo. Le había crecido una barba gigante, algo cubría su cara. Me froté los ojos, pero seguía allí, incluso me atrevería a decir que le iba creciendo por segundos. Esto era de locos, pero de encerrar.
—María, ya tenemos todo listo, Melchor ha cargado el trineo, salimos en cinco minutos.
—¡¿Cómo?! —no pude evitar gritar.
—Vamos, María, en el exterior hace mucho frío, tendrás que abrigarte.
Baltasar estaba guardando cuerdas y ganchos, seguía llevando la pala. Alucinada salí al jardín, y allí, pegadito a mi abeto con la decoración absurda, nos esperaba un gran trineo blanco y rojo lleno de paquetes con sus etiquetas.
Me pasó la pala y me pidió que fuera retirando el exceso de nieve. Yo que pensaba que era para cavar un hoyo…
Nico, una vez trasformado, me miró fijamente, me rozó con los nudillos en la mejilla y percibí algo que jamás antes había sentido, nada que ver con el escalofrío que me había recorrido el cuerpo bajo del muérdago.
Un arrebato me obligó a lanzarme a sus brazos y apretarlo contra mí. Nunca hasta ahora había sido consciente de lo que quería a este chico. Mi estómago comenzó a revolucionarse una y otra vez. No comprendía nada de lo que estaba sucediendo. Cerré los ojos y pocos segundos después, al abrirlos, supe que tenía delante al hombre de mi vida. Fui incapaz de darle sentido a eso que me sucedía.
En cuanto acepté mi misión, ya no había que indicarme nada, sabía perfectamente lo que tenía que hacer en cada momento. Me subí al trineo y agitando las riendas logré elevar el morro, estábamos surcando los cielos de la ciudad, cada vez estábamos alejándonos más y más del suelo. Solo se veían lucecitas pequeñas y podía escuchar campanitas, cada vez más próximas.
Empecé a disfrutar del viaje, me invadía una paz y una alegría que me hacía estar más feliz que nunca. Había empezado a amar la Navidad. Toda yo era gozo. Lanzaba los regalos envueltos sabiendo exactamente dónde debían caer. Miré a Nico y estaba pletórico observando lo bien que se me daba esto.
Después de haber repartido regalos en más de dos pueblo, justo en el instante que cruzó por delante de nosotros una estrella fugaz, Melchor, Gaspar y Baltasar se alejaron desapareciendo tras la estela que había dejado la estrellita.
—¡Nico, me encanta la Navidad! —grité a pleno pulmón.
Me miraba en silencio, únicamente sonreía. Cuando terminó el reparto, yo continuaba eufórica, no podía relajarme, estaba emocionada, la noche había sido fantástica, espectacular, imposible describirlo con palabras.
—María, hay que regresar —me dijo posando su mano sobre la mía.
Nooo, quiero seguir, seguro que todavía quedan casas a las que llevarles cosas a los niños. Nico, ahora no podemos volver.
—María, cariño. Todo ha terminado, hay que regresar, no me hagas esto —no entendía.
«¿Por qué ahora teníamos que dejar de hacer algo tan divertido?».
Nico tomó las riendas y giraba dirección al suelo, yo me resistía a soltar el mando intentando elevar el morro a la Luna. Era tan bonita, brillante, invitaba a visitarla. Me había convertido en una lunática como todos ellos, aunque parecía que a Nico se le había pasado el efecto de aquello que nos habían administrado.
Cerré los ojos y me dejé llevar, quería seguir subiendo, bajo ningún concepto podíamos volver, ahora no.
Había dejado casi de escucharlo, oía su voz, aunque muy lejana. Sabía que me rogaba que regresara, que no me fuera. Me estaba poniendo tan nerviosa que a pesar de saber que era el hombre de mi vida, decidí empujarlo dejándole caer al vacío. Si no me quería acompañar, este viaje lo haría sola.
—María, por favor. María no me dejeeees —me daba exactamente igual lo que dijera y como lo dijese.
Yo seguía subiendo, me había propuesto llegar a la Luna, me negaba a regresar, más a sabiendas que en dos días debería de volver al internado.
Empecé a dejar de sentir frío, el viento abofeteaba mis mejillas cada vez con más fuerza, con más furia. Tenía los ojos empañados en lágrimas que iban desprendiéndose por mi cara, la voz de Nico era cada vez más remota.
Algo tiraba del trineo, yo quería elevarlo, estaba casi a punto alcanzar la Luna, pero una fuerza inhumana hacía resistencia y empezaba a sentirme incapaz de lograrlo. No iba a llegar, su luminosidad abarcaba todo el cielo, era precioso, quería impregnarme de su belleza.
La voz de Nico se convirtió en un recuerdo. Al hombre que tanto había amado, al amor de mi vida, al que quise como a nadie y por el que habría dado la vida se había desvanecido para siempre. Yo quería vivir la Navidad, quería sentirme libre por primera vez en estos años.
Cuando pensé que había alcanzado mi objetivo y por fin me había redimido de todas mis ataduras, comencé de nuevo a sentir mi cuerpo, percibía que alguien acariciaba mi vientre, yo me sentía flotar, la gravedad había desaparecido y me empezaba a costar respirar.
Esa voz me hacía dudar, yo quería irme, pero ese llanto que escuchaba por primera vez me rompió el alma, debía volver. No sabía por dónde empezar, quería dejar de flotar, tenía que seguir a Nico, pero no lograba encontrarlo, todo estaba muy oscuro.
La cabeza me daba vueltas, me iba a estallar de un momento a otro, no me llegaba suficiente aire a los pulmones, pero el llanto seguía ahí, lo tenía clavado en el corazón.
Parecía que había localizado al amor de mi vida, incluso, podía hasta percibir su aliento cerca de mi boca.
—¿Cómo está? ¿Está bien? —Nico no dejaba de hacer la misma pregunta. No sabía con quién hablaba.
—Sí, el bebé está perfecto… Su mujer se debate entre la vida y la muerte, es como si ya no quisiera seguir luchando —¿se referían a mí? ¿Qué me había sucedido? ¿De qué bebé hablaban? Me empecé a poner muy nerviosa, necesitaba respuestas, recordar, entender… Ese llanto…
—María, sé que me estás escuchando. María, por lo que más quieras, no te puedes marchar, ahora más que nunca te necesito, te necesitamos aquí y ahora.
—Tiene que marcharse. —Esa voz no la conocía.
—No puedo dejarla sola. Ella… Ella es mi vida, si se va no seré capaz de salir adelante. Hagan algo… —Nico lloraba desconsolado. Cada vez estaba más próxima al suelo, incluso temía darme de bruces viendo la velocidad que llevaba—. Déjenme unos minutos a solas. Necesito despedirme.
Algo rozó mis labios. De nuevo sentí aquel escalofrío. Sus palabras me iban hiriendo. Lo escuchaba todo lo atenta que mi estado me permitía y a cada sílaba sentía una punzada dolorosa en el corazón. Se estaba despidiendo de mí. No podía ser cierto.
«¡Me estaba muriendo!». No, yo no quería que esto sucediera, solo quise viajar sin saber el motivo, pero ahora, en estos instantes, lo único que necesitaba era despertar, poder abrazar a mi marido, conocer a nuestro bebé. «No, por Dios, si de verdad existes no me prives de conocerlo, de poder acariciarlo, saber cómo huele. Mecerlo en mis brazos, darle aunque solo sea un beso». Me niego a morirme el día de Nochebuena y hacer que mi hijo crezca odiando la Navidad como me sucedió a mí cuando murió mi abuelo.
Nico me seguía hablando, estaba indignado conmigo. Por lo visto, tuvimos un accidente, ese día por primera vez íbamos a celebrar la Navidad en familia, en una casita de madera que habíamos alquilado por internet. El próximo año ya la celebraríamos con nuestro pequeño Noel; todavía me quedaban dos meses para poder conocerlo y…
Sentía como mi cara se iba mojando, creo que Nico lloraba, me abrazaba muy fuerte y gritaba que le hiciera eso.
Aquella mañana, nos salimos de la carretera, estuvimos mucho tiempo en el interior del coche esperando a que alguien nos encontrara. Hacía mucho frío, eso lo recuerdo, pero no me ubicaba; y yo pensando que me encontraba en casa de la señora Obdulia… Tres chicos dieron el aviso, mi marido reaccionó en seguida, pero yo no me movía, él tiraba de mí, me pedía que lo siguiera, poco a poco me fui apagando… Comenzó a llover y cada vez era más complicado rescatarme del interior del vehículo. Cuando la ambulancia me trajo al hospital, lo hice inconsciente, como ahora, y el impacto provocó que rompiera aguas. La realidad se mezcló con un sueño haciéndome creer que eran recuerdos del pasado. Había soñado con mis abuelos.
—María, lucha. No nos hagas esto. No te alejes, María. Mi niña, te lo juro, no sabría vivir sin ti. ¿Me mentiste? Me dijiste que siempre estaríamos juntos. María…
Rota de dolor y embargada por la pena intentaba moverme, quería contestarle, decirle que siempre estaría con él. Yo no me quería marchar. Se me había formado un nudo en la garganta, parecía que había empezado a llorar al escuchar sus palabras. Unos pitidos se me clavaron en el tímpano.
—Salga fuera. Ha entrado en parada. —Parece que mi momento había llegado.
«Querido Noel, no sabes cómo me encantaría poder decirte esto directamente a ti mientras te colmo de amor y me haces la mujer más feliz del mundo. Pequeño, recuerda y ten presente que mamá siempre te va a cuidar desde allá donde tenga que irme.
Nico, mi mejor amigo, mi amante, el amor de mi vida. Tantas veces que viviera siempre serías tú».
Andaba con mi despedida cuando sentí una descarga tremenda en el pecho, me incorporé y abrí los ojos. Junto a mí estaba Nico acunando a Noel. Ya había pasado la Navidad, me había recuperado.
—Te quiero. —Fue lo primero que escuché y lo único que necesité para sentirme viva.
—¿Cuándo celebramos la Navidad? —alcancé a decir con la voz debilitada, pero con mucho ánimo.
Desde aquel día no hay año que no se celebren estas fiestas en casa. Y a diario disfrutamos como si fuera el último.

Dublineta Eire












1 comentario:

  1. Hola, nueva seguidora; felicitaciones por blogs y reseñas; este es el último publicado por mí: https://ioamoilibrieleserietv.blogspot.it/2018/02/recensione-lui-vuole-me-ava-lohan.html

    si quieres te espero como lector (puedes encontrar el blog en Facebook e Instagram como: ioamoilibrieleserietv)

    Gracias

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